“Mi novela, como todo lo que escribo –decía la norteamericana Flannery O Connor – no obedece a un plan, y debo escribir para descubrir lo que estoy haciendo. Como la vieja dama del cuento, no sé bien lo que pienso hasta que no lo tengo escrito delante de mis ojos”.

Esto decía la Flannery de sí misma y su escritura y yo con ella tengo la sensación de cualquier melocotonero de mercadillo : “Que me lu quitan de lah manoh” y es que la leo, me deleito, me pierdo, me encuentro y cuando acabo, con uno de esos finales que ella te planta al asalto, pienso. invariablemente, que, muy a pesar mío, otra vez, se me ha ido de las manos y que eso que acabo de leer tiene mucho más de lo que yo llego a atisbar, a entrelinear.
No me importa mucho, salvo por la desazón que me produce mi evidenciada ignorancia, pero como decía no me importan mucho los melocotones que pierdo a cambio de los que llego a saborear a lo largo de todo el relato y es que tiene una prosa admirable, que describe la realidad de una manera vívida, que poco falta para sentir hasta los aromas de lo relatado y ello en toda su crudeza, sin sugerir un mínimo de sentimentalismo o piedad hacia los personajes o hacia los lectores a los que nos enfrenta a una “humanidad” brutal: El ser humano en su vertiente más desesperanzada, en un enfrentamiento continuo entre personas, contra sí y contra el resto, en el cual surge y vence lo más lamentable de lo humano, dejando un atormentado sinsabor ante tanta inclemencia.
Resultan la mayoría de relatos duros de leer, quizás por lo enojoso de enfrentarnos a la crueldad tosca y natural del ser humano en su lucha por sobrevivir, indiferente a la compasión y a la sensibleria cuando el medio resulta hostil, cuando toda la sapiencia no es suficiente para subsistir.
Dicen por ahí que Flannery O’Connor es católica. Me sorprendo que se pueda aseverar así tan categóricamente, pues yo no diría que es atea, pero de ahí a hablar de catolicismo, precisamente, con lo que esto implica de disciplina, de moverse dentro de los márgenes de la doctrina (de adoctrinamiento) cristiano, pues creo que no, a no ser que hablemos de “catolicismo sureño” que eleve a grotesco el catolicismo como tal. Más bien me quedo con lo que la propia autora dice: “Mis lectores son la gente que cree que Dios está muerto. Al menos ésa es la gente para la que soy consciente que escribo”. Más que escritora católica, me parece a mí esta mujer una especie de precursora de la teología de la liberación, porque siempre, y no veladamente, crítica las pautas dogmáticas, a las personas de la religión, curas y pastores, que no saben acercarse a su rebaño que pastorean desde sus teorías sin unirlas con la –cruda- realidad.
Bueno, esto más o menos, así corriendo, corriendo, lo que se me viene a la cabeza de la escritora que estamos leyendo, con la morriña de no poder asistir a las reuniones para poder confrontar, escuchar todas las opiniones que habrá despertado, porque seguro que sin palabras no deja la Flannery O'Connor, de quien no sé si leeré algo más, pero a quien me alegro de haber llegado